Hemos de elegir muy bien el tipo de molde. Los mejores, al menos para mí, son los desmoldables y los de cristal y también los de silicona. Y los más indicados son los de corona y los de plum-cake porque hacen que todo se cueza por igual.
En primer lugar y para evitar que el bizcocho se nos pegue, engrasaremos el molde con mantequilla o aceite, tanto el fondo como los laterales. Para ello, nos ayudaremos de un pincel o con los dedos o con papel de cocina. Ahora ponemos en el molde una pequeña cantidad de harina y lo sacudimos para que la harina quede pegada por toda la superficie y esté bien repartida. Otra opción es forrarlo con papel de cocina.
Una vez preparado el molde, lo llenamos con la mezcla sólo hasta la mitad para que pueda aumentar de volumen al hornarse.
Si tenéis rejilla en el horno, colocamos el molde sobre ella, mucho mejor que sobre la bandeja para no restar calor al bizcocho.
Sobre todo, es muy importante que el molde sea del tamaño adecuado a lo que vamos a preparar. Si el molde fuese grande y la cantidad de relleno poca, al final nos saldría un bizcocho bajo y recocido y si fuese demasiado pequeño, seguramente saldría demasiado alto y crudo.
Canción de acompañamiento: Losers de ROBBIE WILLIAMS
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